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Notas de opinión sobre actualidad política y social, sobre la Argentina, América latina y la realidad mundial
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Friday, April 18, 2008
Haití desestabilizada por el hambre
Por Alfredo Carazo
Miles de haitianos salieron a las calles de la capital, Puerto Príncipe y de otras importantes ciudades para protestar violentamente por la carestía de los artículos de primera necesidad. Haití es uno de los países más pobres de la región y la comunidad internacional sólo ha instalado soldados para una paz difícil de alcanzar con estómagos vacíos.
Históricamente, el hambre no ha sido la mejor vía para alcanzar la paz. Mucho menos la democracia de nuestros tiempos. Como decía el abate Pierre, el franciscano francés fundador de Los Traperos de Emaus, ni siquiera se puede hablar de Dios cuando el hombre tiene hambre. Impiadosamente en Haití, una República que fuera una colonia primero española, luego francesa y hasta invadida por Estados Unidos hasta lograr su independencia de la tremenda esclavitud a que fueron sometidos sus habitantes, el hambre recurrente no puede ser erradicada.
Tras la última crisis institucional, en que fuera depuesto por un golpe de Estado, Jean Bertrand-Aristide, la comunidad internacional dispuso el emplazamiento de tropas de paz que conforman la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití, integrada por efectivos de distintos países europeos y americanos, entre ellos Canadá, Brasil, Chile y la Argentina, pero las buenas intenciones no mitigan el hambre.
América latina no es una región pobre. Al contrario. Es tremendamente rica en recursos naturales, ambiente y recursos humanos. Pero en cambio es una región históricamente inequitativa, en la que muy pocos usufructúan el trabajo y los derechos humanos y sociales de las mayorías nacionales. Haití, que además de haber protagonizado de la mano de la rebelión de los esclavos la primera independencia latinoamericana, hoy vuelve a estar en medio de la convulsión social, sin que la comunidad internacional haya logrado reducir el hambre de la mayoría de sus ocho millones de habitantes.
El hambre no se combate ni con discursos ni con tropas, aunque se asienten en un territorio en son de paz. Porque como acaba de ocurrir, esos soldados tuvieron que disparar balas de caucho para reprimir a las sucesivas rebeliones populares en Puerto Príncipe y en otras ciudades importante, pero terriblemente vulnerables. Miles de ciudadanos intentaron incluso ocupar el Palacio Presidencial y ya tuvo que renunciar el primer ministro, Jacques Edouard Alexis, a pedido de la Cámara de Senadores, en respuesta a la ola de saqueos de comercios e incendios de edificios y vehículos. Los haitianos son hoy la cara visible de una situación que está preocupando y mucho al mundo entero. El presidente, René Préval, se la pasa formulando llamamientos a la calma y sostiene que “la solución de la crisis de la vida cara es mundial y nosotros pagamos las consecuencias de malas políticas aplicadas desde hace 20 años en Haití”, En rigor de verdad, la carestía de los alimentos básicos se abre paso en todas las regiones y ya no se trata de aquellas menos favorecidas y que fueron objeto de la Conferencia del Milenio de las Naciones Unidas, para acordar algunas metas. Aún los países desarrollados están observando con preocupación el aumento de los alimentos básicos, que está provocando bolsones de pobreza. El recientemente reelecto presidente del Gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero, puso el acento de su plan de Gobierno en “consolidar la democracia, para fortalecer la cohesión social y para luchar contra la desigualdad y la pobreza”. Sin la abolición de la desigualdad y de la pobreza, la cohesión social no podría lograrse. En Holanda, el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, señaló que “la solución es producir más a nivel mundial, y no me digan que el aumento de los precios es por causa de los biocombustibles; se da por que las personas pobres están comenzando a comer en China, India y Latinoamérica”. Las que pueden y las dejan comer. No ha habido estabilidad política en Haití desde épocas inmemoriales. El haberse sacado de encima el yugo de los Duvalier –padre e hijo- incluidos los parapoliciales “tontón macoutes” y acceder a un proceso de democracia formal, no significó grandes cambios para la calidad de vida de los haitianos. La violencia se fue generalizando y hay regiones y barrios a los cuales es imposible acceder por parte de las autoridades, porque son verdaderos feudos del terror. Miles de haitianos por otra parte se van desplazando hacia la frontera de República Dominicana, porque el traspasarla les puede garantizar un trabajo, aunque esclavo y mal pago, pero con la posibilidad de un plato de comida. Situación que viene enrareciendo las relaciones entre estos dos países de la isla La Española, como consecuencia de las denuncias de discriminación. Recientemente, el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, tuvo que admitir en una visita al país que la seguridad interna mejoró sensiblemente, no obstante lo cual sigue siendo problemática “debido a la pobreza rampante, el incremento de los secuestros y un Gobierno frágil; por eso las fuerzas de las Naciones Unidas deben seguir en el país”. Y añadió que hay crecimiento económico pero “la mayoría de los haitianos no están cosechando los beneficios y algunos podrían recurrir nuevamente a la violencia”. Más que un presagio, un descarnado análisis de la realidad. Recomponer las instituciones supone algo más que la elección de un nuevo primer ministro. La política deberá dar respuesta concreta a millones de hambrientos, para que finalmente Haití pueda convertirse en un país habitable, con justicia, paz y libertad.
13 de abril de 2008
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