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Notas de opinión sobre actualidad política y social, sobre la Argentina, América latina y la realidad mundial
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Monday, May 02, 2005
SIN TRABAJO NO SE CONSTRUYE UN PAIS
Por ALFREDO CARAZO
Se ha intentado y se sigue intentando ignorarlo, aplicando variopintas recetas, la mayoría abrevando en el liberalismo, pero sin trabajo es imposible construir un país. Por lo menos desde la visión de las mayorías nacionales y populares que construyen la riqueza del país. El trabajo en su subjetividad le aporta dimensión social a esa riqueza y agrega participación social, pertenencia y compromiso con la construcción de un proyecto país. Además de asistir a la naturaleza del hombre y a su dignidad, se convierte en la respuesta inmediata a los problemas de la subsistencia cuando la pobreza y la indigencia aparecen estructurales. Además de ser inhumana e inmoral, la pobreza tiene que ver con la ética social. O a lo mejor por todo esto, en tanto cuando el trabajador no tiene trabajo interpela a la economía, a la sociedad toda y a su sistema democrático. Y como ocurre en la Argentina, ha dejado de estar resumida en los pobres para pasar a conectarse con el conjunto de la sociedad y convertirse en un deber político y social inexcusable. Por eso lo económico es inescindible de lo social, entendido esto como las decisiones y estrategias del desarrollo que se orienten a reducir las desigualdades estructurales que traban una mejor calidad de vida de los trabajadores. El trabajo terminó siendo degradado en el país en la medida en que se hizo carne el fundamentalismo del mercado, que impuso un Estado reducido, de brevedad perversa en la promoción humana y de ascenso social, que derivó rápidamente en la debilidad del tejido social. Al haber abandonado la política de pleno empleo, de la centralidad del trabajo, se relegó el bien común violándose groseramente la dignidad humana. Sin trabajo el hombre baja los brazos en la defensa de sus derechos y en la exigencia de una apropiación y acumulación equilibrada de la riqueza. Se convierte en un “deudor social” cuyos derechos terminan siendo mucho más legítimos que los que reclama la usura internacional, prohijada por los organismos multilaterales de crédito a la hora de discutir la ilegítima deuda externa. Si hay algo que marca a fuego la ineficiencia y perversidad de un modelo económico excluyente es el crecimiento desigual y destructivo del trabajo. Si en algún momento se pensó –concediendo que fuera honestamente en algunos casos- que los ajustes estructurales conducidos de la mano del modelo neoliberal beneficiarían a los sectores mayoritarios, “derramando” justicia distributiva, no puede desconocerse en el aquí y ahora, las consecuencias que arrastraron a un país con la mayoría de los trabajadores sin trabajo, en medio de un proceso de acumulación basado en la especulación de sectores altamente concentrados cada vez en menos manos. La dimensión social de un desarrollo integral y autosostenido es el desafío mayor a ser encarado por la sociedad toda para romper con el individualismo y el utilitarismo neoliberal. Sabiendo que no hay recetas mágicas, pero siempre habrá alternativas para dar respuestas concretas a un proceso deshumanizante que aspira a seguir disciplinando a los trabajadores desde el desempleo y la fragilidad de las condiciones de vida y de trabajo. El economicismo materialista que condujo a los ajustes macroeconómicos sosteniendo que detrás del “tiempo económico” vendría el “tiempo social” compensador, colocó en la degradación humana y social a millones de argentinos y apenas ha comenzado a revertirse en parte desde el Gobierno del presidente Néstor Kirchner, pero sin que se pueda considerar agotada la inercia liberal. Resta todavía una fuerte y compleja confrontación, no sólo con el FMI, el Banco Mundial y los detentadores del poder económico transnacionalizado, sino también con las prácticas políticas –y otras sociales- que aceptaron y coadyuvaron en la aplicación de recetas injustas e inequitativas. Todavía hoy hay resistencia a la desarticulación de un Estado que ha sido represivo con los trabajadores, porque fue diseñado en la década de los ’90 para servir a las clases dominantes y fue incapaz de promover la justicia social. Aunque como señalara Gailbrath, en “La cultura de la satisfacción”, “no hay ningún país económicamente avanzado –y es un hecho que lamentablemente se pasa por alto- en que el sistema de mercado produzca, por ejemplo casas que puedan permitirse los pobres”. No hay desarrollo sostenido y sustentable sin crecimiento de lo humano y esto resulta imposible en una economía de mercado. No nos podemos seguir engañando. Si el mercado no es regulado por el Estado y el conjunto de la sociedad organizada, termina fagocitando la justicia social, la solidaridad y la participación ciudadana. Pero además, el mercado limita y condiciona los puestos de trabajo, como está ocurriendo ahora en algunos países europeos, particularmente en Alemania, donde el desempleo supera los 12 puntos y las empresas a pesar de los beneficios flexibilizados, han decidido relocalizarse para alinear a sus trabajadores en la rebaja salarial y en la precarización de las condiciones laborales. El trabajo ha sido incorporado como tema central de las discusiones internacionales y su declinación está siendo considerada como una grave violación a los derechos humanos. Por eso, la Argentina que será el país anfitrión de la próxima Cumbre de las Américas, decidió que el trabajo fuera el tema central de la agenda hemisférica, porque como señalara el ministro Carlos Tomada, “es el principal vehículo de integración social”. Para los neoliberales, no es posible medir el trabajo en términos de superioridad o inferioridad con relación al capital, porque según señalan, el valor de cambio de las mercaderías no es el trabajo cristalizado en ellas, sino la utilidad marginal entre su costo y el interés del mercado traducido en precios y consumo. Visto así, el salario justo es un mito, y no hay salario que pueda ser pagado por encima de la productividad del trabajo, tal como se está discutiendo en estos momentos críticos de la Argentina. En esa concepción, el trabajo pasa a ser “capital humano” capaz de aportar productividad para mejorar la competencia del producto en el mercado; es valor agregado valorizado por el mercado consumidor, que se constituye en el verdadero patrón de empresarios y trabajadores. Dejan de lado la primacía del trabajo sobre el capital y hasta sobre la técnica, que deben ser instrumentos. Avanzar para construir el nuevo espacio del desarrollo con trabajo y justicia social, superando las trampas que sigue poniendo el neoliberalismo en el nuevo camino, es el reto que implica el salto cualitativo para superar la democracia formal y restringida, asumiendo el compromiso con las transformaciones en sentido contrario al proyecto de la globalización transnacional.
Buenos Aires – 2 de mayo de 2005
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