Alfredo Carazo - Periodista

Notas de opinión sobre actualidad política y social, sobre la Argentina, América latina y la realidad mundial





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Monday, March 28, 2005

 
A DIOS ROGANDO SIN
BAJARSE DE LA CALESITA

Por ALFREDO CARAZO

La Iglesia ha sido maestra a través de los siglos en eso de subirse circularmente a la calesita de la política, de la que nos hablara el monseñor Jorge Bergoglio en la última Misa Crismal en Buenos Aires. La temporal claro, la jerárquicamente temporal, que no la de inspiración divina. Nada que ver con la que configura teológicamente el Cuerpo Místico de Cristo, enraizada en la fe y la enseñanza ex cátedra. Porque esa Iglesia tiene que ver con los tiempos curiales, tan alejados a veces “de los tiempos de Dios”. Las postrimerías del Pontificado de Juan Pablo II dan cuenta de ello, si acaso no se quisiera recurrir a la historia argentina contemporánea, en la que no pocas veces desde el púlpito hasta se distribuyó la sortija.
Claro que más temporal es la política y su poder. Por eso la Iglesia siempre buscó la independencia del Reino de Dios, pero sin abandonar la seducción de este reino. Y en ese deambular –en el camino de los hombres que la comprende desde los siglos- otro cardenal, esta vez el conservador cancerbero de la fe, Joseph Ratzinger, dedicó una de las estaciones del Vía Crucis, nada menos que para apostrofar lamentando crudamente “cuánta suciedad hay en la Iglesia y sobre todo entre aquellos que, en el sacerdocio, deberían pertenecer completamente a Cristo. ¡Cuánta soberbia! ¡Cuánta autosuficiencia!”.

El cardenal Bergoglio, omitió en la ocasión referirse al obispo castrense Antonio Baseotto, por sus temerarias –algo más que desafortunadas- expresiones sobre un ministro de la Nación. Sí lo hicieron en cambio otros prelados de no menor significación, como el arzobispo de Resistencia y titular de la Pastoral Social, Carmelo Giaquinta, quien se remontó lejos –hasta 1955- para remover la historia de los desencuentros del peronismo con la Iglesia –o a la inversa- en el momento más crítico de la intervención eclesial en la política del Estado, cuando desde los púlpitos del país se derramaba antiperonismo y en no pocos casos se alentaba el contubernio golpista, urdido en algunas criptas, denominadas “catacumbas de la libertad”.
Giaquinta, junto con la Pasión de Cristo, mentó a los “demonios internos u otros externos”, que habrían manejado a Juan Domingo Perón otrora y al presidente Néstor Kirchner ahora y si algunos quisieron ver en el mensaje de Ratzinger un tono apocalíptico, seguramente podrán paragonarlo con las expresiones de algunas iglesias particulares.
Ni Perón “encarceló” a todos los sacerdotes argentinos, ni llamó a “degüello”, algo que luego sí ocurrió durante la dictadura militar, a cuyos líderes que se autocalificaban como guardianes de la fe se les administraba los sacramentos sin pudor. Tampoco ahora se le ha impedido a nadie ejercer su ministerio eclesiástico. En realidad, el obispo Baseotto no ejerce su ministerio porque no quiere, a menos que prefiera conflictuar las relaciones Iglesia-Estado para ser funcional a los que políticamente lo ubicaron en ese cargo. Por lo demás, el obispo castrense era un funcionario del Gobierno, con rango superior, por lo que los desacuerdos -legítimos- los habría tenido que expresar previa presentación de su renuncia, resignando de paso los suculentos dinerillos que recibía religiosamente. Hace tiempo, justamente fue monseñor Giaquinta, quien presentó un proyecto en el Episcopado, para que la Iglesia argentina –esto es los obispos y otros religiosos- dejara de percibir sueldos del Estado, porque de esa forma se aseguraría primero el sostenimiento del culto por parte de los fieles católicos y luego la independencia que la fe debe tener del poder temporal. Se prefirió entonces aguardar otros tiempos para avanzar en terreno tan cenagoso y mundano.
La política-calesita tiene que ver con la responsabilidad común. Así lo entendía en junio del año pasado el mismo cardenal Bergoglio, cuando señalaba: “Fíjense lo que ha pasado entre nosotros hace un par de años, la famosa consigna ‘que se vayan todos’, no se le dijo ni a los curas, ni a las monjas, ni a los médicos, ni a los farmacéuticos... se les dijo a los políticos, fueron los más expuestos, y del pecado que se le achaca a los políticos, más o menos todos participamos, con sus más o con sus menos. Pero ¿por qué a ellos sí y a todos los demás no? Simplemente porque ellos están más expuestos... Eso pasó entre nosotros, el "que se vayan todos" se acuñó para los políticos con una gran injusticia... Son los más expuestos”.
A lo mejor no es la Iglesia la “impedida” de ejercer su ministerio como pretenden algunos sectores, sino el Estado que se ve “impedido” de determinar sus políticas –discutibles por cierto y falibles- si cada vez que un ministro opina, un secretario de Estado con hábitos lo amenaza con arrojarlo al mar con una piedra de molino colgada a su cuello. ¡Cuántos mercaderes sigue habiendo en el templo!.

Buenos Aires – 28 de marzo de 2005.

posted by Alfredo Jorge at 1:34 PM

 

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