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Notas de opinión sobre actualidad política y social, sobre la Argentina, América latina y la realidad mundial
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Monday, December 20, 2004
SE CRECERA REALMENTE
CUANDO HAYA MEJORES SALARIOS
Por ALFREDO JORGE CARAZO
Por más que desde los medios de comunicación del establishment se insista en que este es un país con ciudadanos rehenes de los conflictos sociales, nada puede impedir la percepción de una nueva etapa de justas demandas que deberán ser reconocidas por los empresarios. El crecimiento no va a servir para nada en la Argentina si se persiste en la mentalidad excluyente que sólo engorda los bolsillos de los que más tienen y siempre han tenido.
La lógica de este modelo ha impuesto que actualmente nada menos que la mitad de la fuerza laboral mundial –al menos 1.400 millones de personas- apenas sobrevivan con un ingreso diario de dos dólares a pesar de tener empleo, lo que los ubica por debajo de la línea de pobreza, mientras que hay 550 millones de trabajadores que sólo reciben el equivalente a un dólar diario. Gran parte de esos trabajadores constituyen el potencial humano de América latina, la región más inequitativa del mundo, y no son pocos los que son explotados en la Argentina.
Esto está suponiendo que la pobreza no está implantada solamente en los desocupados y excluidos, sino que oscurece también el horizonte de los trabajadores con trabajo, sin que se pueda eximir de ningún análisis serio a los que son explotados –en negro- por fuera de la legislación y de las condiciones de vida y de trabajo constituidas.
Queda claro que los sectores empresarios no están dispuestos a resignar algo de sus ganancias –muy importantes por cierto- si no hay presión. Padecen de una cultura perversa con una sola mirada autista. Hoy el ingreso promedio de los más ricos supera en 28 veces al de los más pobres y lejos estamos –muy lejos- de que los trabajadores vuelvan a participar del 50 por ciento del Producto Bruto Interno de antaño. Apenas se supera el 20 por ciento y si desde los últimos dos gobiernos no se hubiera decidido intervenir sería menos.
Es que a los empresarios no les gustan los aumentos por decreto, pero tensan la cuerda al límite y es el Estado el que debe equilibrar más allá de las relaciones, porque lo que importa es la justicia social. Esto tiene que ver con lo afirmado por el presidente Néstor Kirchner, en el sentido de que “aspiramos a la construcción de un país en el que no nos pase como en otros tiempos, donde crecen sólo los de arriba”.
El conflicto de los subterráneos –sin dejar de lado a camioneros, docentes, estatales y otros trabajadores- vuelve a plantear la operación mediática planteada en torno a los trabajadores telefónicos, salvo en la única posibilidad que tienen esos trabajadores de paralizar el servicio. Lo que parece ocultarse –o por lo menos se lo toma tangencialmente- es que un informe de la Auditoría General de la Nación indica que Metrovías además de no cumplir con las “rutinas más profundas e integrales” del servicio, tampoco paga el correspondiente canon al Estado y en cambio recibe un subsidio en dólares, con el argumento de “mayores costos”, lo que hace recordar a las maniobras que terminaron con la caída del contrato de privatización del Correo Argentino que regenteaba Franco Macri.
Los trabajadores generan la riqueza del país y esto nadie puede discutirlo. No hay democracia valedera cuando se destruye el valor subjetivo del trabajo y se lesionan las condiciones de vida y salariales de los trabajadores, porque se orada seriamente a la familia, se margina a las generaciones futuras, y se enajena las potencialidades más sensibles del país. La crisis socio-económica que todavía vive la Argentina no puede ser adjudicada a los trabajadores. Sería temerario hacerlo, porque en dictadura y en democracia los trabajadores han tenido que pagar el más crudo y en no pocos casos cruento costo, con un trazado diseñado para un modelo de acumulación cuyo objetivo fue confiscar su poder social, al tiempo de limitar sus derechos y libertades.
La Argentina va a crecer realmente cuando los trabajadores tengan trabajo decente, con condiciones humanas y salarios que respeten la dignidad de quienes día a día ponen su esfuerzo, voluntad y responsabilidad sin especulaciones bastardas.
Buenos Aires – 19 de diciembre de 2004.
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