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Notas de opinión sobre actualidad política y social, sobre la Argentina, América latina y la realidad mundial
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Monday, September 27, 2004
MORIR DE HAMBRE EN
MEDIO DE LA RIQUEZA
Por ALFREDO JORGE CARAZO
El presidente chileno Ricardo Lagos, refiriéndose a las consecuencias todavía vigentes, de la dictadura de Augusto Pinochet, señaló hace poco que “a ratos parece que todos nacieron en 1990, nadie se acuerda de lo que pasó atrás y nadie fue responsable de lo que ocurrió atrás, pero el país tiene memoria”. Una situación que se muestra como extendida en las sociedades latinoamericanas no sólo al analizarse las interrupciones institucionales de las últimas cinco décadas, sino también con relación a la imposición lacerante de modelos de ajuste estructural que se valieron de la democracia para diseñar países colmados de pobreza y miseria.
En la Argentina también se acumulan discusiones y controversias de similar calibre, ignorando o por lo menos sesgando responsabilidades propias y ajenas. Durante la vigencia de la Doctrina de Seguridad Nacional, Estados Unidos jugó un papel significativo apoyando militares golpistas argumentando la lucha contra el marxismo. Arguyendo la tutela de una democracia a medida de su conveniencia, miró hacia el costado y en algunos casos intervino por acción u omisión, cuando se cercenó la vida de miles y miles de argentinos y latinoamericanos. Luego aprovechó el viento favorable y diseñó países con economías altamente dependientes, piedra basal de un endeudamiento externo que condenó y sigue condenando vidas además de generar la mayor concentración de la riqueza en la historia.
Es verdad como señala el director gerente del Fondo Monetario Internacional, Rodrigo de Rato, que lo sucedido en la Argentina no lo hizo sólo este organismo de crédito internacional, aunque no podría negarse que tiene gran parte de la responsabilidad. Hubo gerentes en la Argentina y en la mayoría de los países de la región –algunos siguen agazapados- que siguieron a pie juntillas las indicaciones del capitalismo y la usura internacional, y no es verdad que no sean por lo menos buena parte del Gobierno del mundo. También hay políticos que hasta no hace mucho fueron Gobierno y hoy se espantan de la posición argentina en los foros internacionales reclamando la reforma “urgente, fuerte y estructural del FMI”, tal como si hubieran nacido en 1990. Otros en cambio aplauden en el Congreso portando la misma fecha de nacimiento y olvidando que fueron partícipes necesarios en la estructuración del modelo neoliberal, al aprobar sin hesitar leyes y más leyes de ajuste estructural y de pago compulsivo. Un Congreso que en su momento no tuvo la voluntad política de investigar cuánto hay de legítimo en la deuda externa pública y privada que hoy se reclama.
Esta amnesia política no es buena consejera para los argentinos, pero es mucho más nociva para los negocios del Estado. Porque está navegando en la superficie de una crisis que por su profundidad para nada ha sido resuelta. Y que no sólo queda revelada en los índices de desempleo, significativos por cierto, sino que muestra su costado más traumático en la pobreza y en la indigencia. Y que además excede los límites geográficos del Conurbano Bonaerense y de las grandes ciudades, para exhibirse dramáticamente en el interior del país, con economías regionales devastadas y pueblos enteros sin esperanzas de mejoras en su calidad de vida. Es allí donde debiera volcarse gran parte del superávit fiscal y nunca en un mayor pago de la deuda externa. En infraestructura, en creación de fuentes genuinas de trabajo, en auxilio a la pequeña y mediana empresa, en desarrollar verdaderos polos de desarrollo, como para que sea verdad un nuevo país que quiere ser federal.
Habría que comenzar a incluir de la periferia al centro para que el interior deje de sangrar con el desarraigo de sus hijos. Hoy el Gobierno enfrenta la dura renegociación de la deuda que parece ocupar todos las expectativas del establishment y que vuelve a servir para que oficialismo y oposición desarrollen una interna inoficiosa. Parece pesar esto mucho más de lo conveniente, olvidándose que el centro de la problemática popular pasa por escapar de una subcultura marginal, a la que se empeñan en arrinconar a mujeres, hombres, jóvenes y niños. Claro que todo se solucionaría si estos miles y miles de desahuciados del sistema, se acostumbraran a su destino de marginalidad y dejaran de protestar. Porque de esa manera quedaría también en el camino la utopía realizable de un modelo de país que valga la pena vivirlo. No somos originales en cuanto a este problema, porque estamos todos en el mismo barco latinoamericano, mientras las economías de la mayoría de los países que se dicen ordenados, desarrollados, ricos, tienen el mayor peso en los organismos internacionales de crédito y son corresponsables de las recetas que empujaron a la crisis. Pero siguen desentendiéndose del hambre en el mundo. Aristóteles decía “¡qué locura llamar riqueza a una abundancia en cuyo seno se muere de hambre!”.
Buenos Aires – 26 de septiembre de 2004.
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