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Notas de opinión sobre actualidad política y social, sobre la Argentina, América latina y la realidad mundial
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Monday, September 13, 2004
ESA MALA COSTUMBRE
DE CHANTAGEAR
Por ALFREDO JORGE CARAZO
Los piquetes no incomodan a mucha gente. Están más bien focalizados. En todo caso hay que tener en cuenta que son muchos miles de miles de argentinos los que no tienen trabajo y hasta se siente discriminados por tener que admitir la indignidad de un plan social. Sobre todo porque el asistencialismo apenas si cubre la contingencia pero no restaña la herida. En cambio, para muchos de los trabajadores que aún precariamente tienen empleo, y que siguen confiando, los golpea más el pésimo funcionamiento de los servicios públicos, especialmente el transporte privatizado, porque tiene que ver con su calidad de vida aún en el marco de una crisis que cuesta superar.
No es casual que esos servicios se estén prestando deficitariamente, porque forma parte de las presiones empresarias en momentos en que el Congreso comienza a discutir el proyecto de un nuevo marco regulatorio para la concesión de empresas de servicios públicos privatizados. Quienes concentraron grandes ganancias depredando al Estado en el marco del más crudo modelo neoliberal, persisten en su ingeniosa influencia sobre algunos legisladores que otrora levantaron la mano para transformar al país en una factoría. Apuntan a encontrar distraído al Gobierno, que además soporta la coacción de los organismos internacionales de crédito, en cuyos estratos más altos se pierde el pelo pero no las mañas. Unos y otros –privatizadas y FMI junto con los bonistas- forman parte de una urdimbre de grueso calibre usurario y nocivo en las denominadas economías en desarrollo. Una situación que apareció en la agenda política del país, de la mano del ex presidente Raúl Alfonsín, quien no duda en revelar intenciones non santas de las privatizadas.
En Londres, la segunda del FMI, Anne Krueger, sigue sosteniendo que “la efectiva implementación de reformas estructurales fiscales y en el mercado laboral podría haber hecho lo suficientemente robusta y flexible a la economía para anticiparse a los shocks y así podría haberse evitado el colapso resultante del abandono del plan de Convertibilidad”. Desde siempre estuvieron claras las intenciones de estos organismos nacidos por inspiración del Consenso de Washington, como también lo estuvieron con su escalada de protestas la de los países más industrializados, apoyando a sus brazos largos, las empresas que se beneficiaron con las privatizaciones. Incluso, algunos se atacaron con un brote de neocolonialismo, como le ocurrió recientemente al ministro de Relaciones Exteriores de España, Miguel Angel Moratinos, quien antes de embarcarse en el aeropuerto de Barajas, dijo muy suelto de cuerpo que venía a la Argentina “a exigir a Kirchner que mantenga el diálogo y su relación con el FMI, que disponga sus problemas e inquietudes dentro de lo que es la modernidad económica y financiera de la Argentina”. Modernidad –si así pudiera llamarse- que no es precisamente el resultado de la aplicación de las recetas de los ’90, sino todo lo contrario. La Argentina de hoy, forma parte de “la región más desigual del planeta”, según las afirmaciones del secretario general de la ONU, Kofi Annan, “donde contrasta una renta anual per capita de 3.000 dólares, con 80 millones de personas que sobreviven en la miseria con menos de un dólar por día”.
Por eso el funcionario sostiene que en América latina “hay que mirar el problema de manera integral para no llegar al reduccionismo asistencialista. No se trata de un acto de caridad sino de justicia. Más allá de la agenda de la pobreza, hay que hablar de una agenda de equidad, que genere oportunidades de acceso al trabajo, la tierra, la educación y el crédito".
La Argentina de hoy, tiene millones de puestos de trabajo precarizados y no ha podido avanzar demasiado en el descenso del desempleo, que retroalimenta la injusticia social y disciplina el mundo del trabajo nivelando hacia abajo. Y eso a pesar del fuerte impulso hacia la reindustrialización del país, con la recuperación de empresas claves y estratégicas en un diseño económico distinto, como quedó explicitado recientemente en Brasilia, por el ministro de Economía, Roberto Lavagna. En Ramallo, por ejemplo, el alto horno María Liliana, de la ex Somisa, volvió a encenderse tras nueve años de quietud, para incrementar la fabricación de acero, un emprendimiento que convirtió a San Nicolás en un polo de desarrollo industrial luego destruido y a la Argentina en uno de los principales países del mundo en este segmento de la economía. La mano de obra que necesitarán estas inversiones, se suma al programa de construcción de 120.000 viviendas en todo el país y al lanzamiento de obras públicas multiplicadoras de empleos. Todo es poco.
La deuda externa no deja de ser preocupante, pero más debe inquietar la persistencia de la pobreza y la marginalidad social, porque es la base de la inseguridad, de la destrucción de las familias y condena al potencial humano del país. La semana venidera en Corea, deliberará la Conferencia Internacional de Instituciones Nacionales de Protección y Promoción de los Derechos Humanos –porque la deuda externa interpela a los derechos humanos- y el Defensor del Pueblo, Eduardo Mondino, se propone impulsar que la cuestión se incorpore al temario de la reunión del 2005 de Naciones Unidas, dado que “esa deuda derivó en marginalidad, pobreza y exclusión, lo que significa la violación de los derechos económicos, sociales y culturales”. Nada puede ser peor que dejar de responder contundentemente a estos lobbies –vengan de dónde vengan- para seguir insistiendo en recuperar al país desde adentro, con lo que tenemos, como recursos naturales y humanos, porque de esa forma la construcción de un país distinto será difícil, pero nunca imposible.
Buenos Aires – 12 de septiembre de 2004
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