Alfredo Carazo - Periodista

Notas de opinión sobre actualidad política y social, sobre la Argentina, América latina y la realidad mundial





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Sunday, August 29, 2004

 
SIEMPRE SE INTENTO DIVIDIR

Por ALFREDO JORGE CARAZO

Como ocurre con los casimires, la marca en el orillo puede desteñir pero no desaparece. En la Argentina de todos los tiempos hay marcas que perduran, a diestra y siniestra, sobre todo convocando al autoritarismo, y no pocas veces enancándose en las crisis que soportan las mayorías, nunca las minorías. Juan Carlos Blumberg es ese que se viene mostrando a medida que avanza en su cruzada, porque él encontró un lugar y otros encontraron también un lugar en él para montarse en el dolor. Legítimo por cierto, qué duda cabe.
Insistentemente señala que los argentinos debemos estar juntos, en una propuesta sugerente. Cabría añadir, juntos pero no revueltos. Es posible asumir juntos que en la agenda del país la inseguridad ocupa un lugar importante, aunque no el primero como para superar el reclamo de libertad, o de justicia social, porque en todo caso terminan siendo inescindibles. La justicia social es algo más que justicia a secas. Tiene otra dimensión. Nada ni nadie podría hacernos pensar igual. Sería catastrófico que todos pensáramos iguales a la hora de formular nuestra visión para adelante. O que no pensáramos más que por interpósita legitimación política o social. O que nos convirtiéramos en eunucos políticos acollarados por la mediocridad de un solo grito de protesta.
Tenemos que estar unidos contra la irracionalidad que hiere de muerte al cuerpo social y no por circunstancias que terminan siendo exacerbadas por la coyunda mediática, esa que distancia las plazas de los argentinos. En el fondo, ni el lagrimoso ingeniero ni el piquetero rebelde Raúl Castells, terminan siendo representativos de una sociedad que vive todavía en el Infierno como le gusta mencionar al presidente Néstor Kirchner. La plaza del Congreso no podía ser maloliente porque se la hace aparecer como ocupada por “la gente decente”, mientras que en la plaza de Mayo, a los piqueteros acampantes olvidaron ponerles baños químicos para que todo oliera mejor, aunque en rigor de verdad en el Infierno no se huelen flores. Dicen.
Si seguimos avanzando estamos a poco trecho de dividir a la sociedad, planteando una lucha de clases ignota en la Argentina, salvo aquella recortada por una izquierda marginal en su extremismo, porque más bien siempre se privilegió el ascenso de clase, para buscar el mejoramiento de la calidad de vida, la justicia social, una mejor distribución de la riqueza, la participación protagónica del hombre que trabaja, la mejor relación de fuerzas entre explotados y explotadores, o para eliminar de cuajo la explotación, hasta encontrar el equilibrio que respete el valor subjetivo del trabajo humano.
Muchas veces se intento dividir. Los blancos de los negros cabecitas, los porteños y los provincianos, los ricos y los pobres, los villeros y los que viven presos en los barrios privados, los buenos y los malos, los decentes ilustrados y los indecentes analfabetos. Los que con derecho golpean las puertas de los bancos reclamando por sus depósitos confiscados y los otros, los que golpean los comedores populares y los merenderos, o para echar sus huesos sin esperanzas. Alguna vez no tan lejana, muchos se sintieron convocados a colocar el cartelito de “los argentinos somos derechos y humanos”, como para marcar la diferencia con el terrorismo. Por eso quizás Juan Carlos Blumberg, haya discutido con su hijo muerto las bondades del voto calificado como él mismo admitiera.
Este país, así como está, no lo hicieron los pobres, los indigentes, los desocupados, los que aparecen marginados. No busquen por ese lado porque no van a encontrar a los hacedores del poder. En todo caso lo hicieron otros que parece siguen añorando primero las épocas de plomo y luego, su continuidad destructora de la mano del neoliberalismo depredador. En este país, por si alguien no lo ha advertido, hubo secuestros, tortura y muerte mucho antes de hoy. Como lo hubo en otras geografías latinoamericanas. Sergio Tamopolsky y su mujer Laura de Luca, fueron secuestrados en 1976, junto a sus padres, uno ingeniero químico industrial y la otra sicopedagoga. Eran gente decente, como la que estaba en la plaza, pero se los llevaron y no aparecieron más. O es mejor decir que esa plaza no estaba entonces y que nadie se acercó a Hugo, el hijo al que ahora la Justicia le reconoció, 27 años después, que el ex almirante Emilio Massera debía indemnizarlo. No fueron pocos los que dijeron ¡por algo será!.
Son divisiones mucho más profundas que las que pudieran derivarse de la natural contienda y confrontación de ideas y posicionamientos políticos. Horadan y llegan hasta el tuétano de los argentinos. Como las de Chile que divide a pinochetistas o antipinochetistas, aunque aparezca disfrazada de derecha e izquierda, sobre todo ahora que los primeros no salen de su asombro al comprobar que el abuelo dictador, además guarda sus millones de dólares en el exterior. Esa derecha liderada por el alcalde de Santiago, Joaquín Lavín –a quien acaba de visitar Blumberg para anoticiarse de las bondades de los carabineros- que ahora intenta despegarse del horror y el latrocinio. O la división entre los beneficiados con los excedentes del petróleo y los millares y millares de venezolanos que por lo menos buscan en su pobreza un país distinto en una sociedad distinta.
Hay quienes sostienen que “la sociedad empieza a construir ciudadanía participando en los asuntos públicos”. Sería bueno que así ocurriera porque la participación es el mejor reaseguro para la democracia y la institucionalidad. Pero si la ciudadanía se construye por fracciones, el remedio será peor que la enfermedad, porque aparece como que sólo unos pocos tienen derecho a exigir reformas políticas e institucionales y encima supuestamente acertadas. Serán los mejores, los que se dicen decentes, una categoría éticamente difusa. Por lo menos en la Argentina de hoy.

Buenos Aires – 29 de agosto de 2004



posted by Alfredo Jorge at 3:24 PM

 
SIEMPRE SE INTENTO DIVIDIR

Por ALFREDO JORGE CARAZO

Como ocurre con los casimires, la marca en el orillo puede desteñir pero no desaparece. En la Argentina de todos los tiempos hay marcas que perduran, a diestra y siniestra, sobre todo convocando al autoritarismo, y no pocas veces enancándose en las crisis que soportan las mayorías, nunca las minorías. Juan Carlos Blumberg es ese que se viene mostrando a medida que avanza en su cruzada, porque él encontró un lugar y otros encontraron también un lugar en él para montarse en el dolor. Legítimo por cierto, qué duda cabe.
Insistentemente señala que los argentinos debemos estar juntos, en una propuesta sugerente. Cabría añadir, juntos pero no revueltos. Es posible asumir juntos que en la agenda del país la inseguridad ocupa un lugar importante, aunque no el primero como para superar el reclamo de libertad, o de justicia social, porque en todo caso terminan siendo inescindibles. La justicia social es algo más que justicia a secas. Tiene otra dimensión. Nada ni nadie podría hacernos pensar igual. Sería catastrófico que todos pensáramos iguales a la hora de formular nuestra visión para adelante. O que no pensáramos más que por interpósita legitimación política o social. O que nos convirtiéramos en eunucos políticos acollarados por la mediocridad de un solo grito de protesta.
Tenemos que estar unidos contra la irracionalidad que hiere de muerte al cuerpo social y no por circunstancias que terminan siendo exacerbadas por la coyunda mediática, esa que distancia las plazas de los argentinos. En el fondo, ni el lagrimoso ingeniero ni el piquetero rebelde Raúl Castells, terminan siendo representativos de una sociedad que vive todavía en el Infierno como le gusta mencionar al presidente Néstor Kirchner. La plaza del Congreso no podía ser maloliente porque se la hace aparecer como ocupada por “la gente decente”, mientras que en la plaza de Mayo, a los piqueteros acampantes olvidaron ponerles baños químicos para que todo oliera mejor, aunque en rigor de verdad en el Infierno no se huelen flores. Dicen.
Si seguimos avanzando estamos a poco trecho de dividir a la sociedad, planteando una lucha de clases ignota en la Argentina, salvo aquella recortada por una izquierda marginal en su extremismo, porque más bien siempre se privilegió el ascenso de clase, para buscar el mejoramiento de la calidad de vida, la justicia social, una mejor distribución de la riqueza, la participación protagónica del hombre que trabaja, la mejor relación de fuerzas entre explotados y explotadores, o para eliminar de cuajo la explotación, hasta encontrar el equilibrio que respete el valor subjetivo del trabajo humano.
Muchas veces se intento dividir. Los blancos de los negros cabecitas, los porteños y los provincianos, los ricos y los pobres, los villeros y los que viven presos en los barrios privados, los buenos y los malos, los decentes ilustrados y los indecentes analfabetos. Los que con derecho golpean las puertas de los bancos reclamando por sus depósitos confiscados y los otros, los que golpean los comedores populares y los merenderos, o para echar sus huesos sin esperanzas. Alguna vez no tan lejana, muchos se sintieron convocados a colocar el cartelito de “los argentinos somos derechos y humanos”, como para marcar la diferencia con el terrorismo. Por eso quizás Juan Carlos Blumberg, haya discutido con su hijo muerto las bondades del voto calificado como él mismo admitiera.
Este país, así como está, no lo hicieron los pobres, los indigentes, los desocupados, los que aparecen marginados. No busquen por ese lado porque no van a encontrar a los hacedores del poder. En todo caso lo hicieron otros que parece siguen añorando primero las épocas de plomo y luego, su continuidad destructora de la mano del neoliberalismo depredador. En este país, por si alguien no lo ha advertido, hubo secuestros, tortura y muerte mucho antes de hoy. Como lo hubo en otras geografías latinoamericanas. Sergio Tamopolsky y su mujer Laura de Luca, fueron secuestrados en 1976, junto a sus padres, uno ingeniero químico industrial y la otra sicopedagoga. Eran gente decente, como la que estaba en la plaza, pero se los llevaron y no aparecieron más. O es mejor decir que esa plaza no estaba entonces y que nadie se acercó a Hugo, el hijo al que ahora la Justicia le reconoció, 27 años después, que el ex almirante Emilio Massera debía indemnizarlo. No fueron pocos los que dijeron ¡por algo será!.
Son divisiones mucho más profundas que las que pudieran derivarse de la natural contienda y confrontación de ideas y posicionamientos políticos. Horadan y llegan hasta el tuétano de los argentinos. Como las de Chile que divide a pinochetistas o antipinochetistas, aunque aparezca disfrazada de derecha e izquierda, sobre todo ahora que los primeros no salen de su asombro al comprobar que el abuelo dictador, además guarda sus millones de dólares en el exterior. Esa derecha liderada por el alcalde de Santiago, Joaquín Lavín –a quien acaba de visitar Blumberg para anoticiarse de las bondades de los carabineros- que ahora intenta despegarse del horror y el latrocinio. O la división entre los beneficiados con los excedentes del petróleo y los millares y millares de venezolanos que por lo menos buscan en su pobreza un país distinto en una sociedad distinta.
Hay quienes sostienen que “la sociedad empieza a construir ciudadanía participando en los asuntos públicos”. Sería bueno que así ocurriera porque la participación es el mejor reaseguro para la democracia y la institucionalidad. Pero si la ciudadanía se construye por fracciones, el remedio será peor que la enfermedad, porque aparece como que sólo unos pocos tienen derecho a exigir reformas políticas e institucionales y encima supuestamente acertadas. Serán los mejores, los que se dicen decentes, una categoría éticamente difusa. Por lo menos en la Argentina de hoy.

Buenos Aires – 29 de agosto de 2004



posted by Alfredo Jorge at 3:21 PM

 

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