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Notas de opinión sobre actualidad política y social, sobre la Argentina, América latina y la realidad mundial
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Monday, June 21, 2004
LA POBREZA NO TIENE
JUSTIFICATIVOS
Por ALFREDO JORGE CARAZO
Hay mucha gente sin trabajo todavía. O con empleos precarios. Injustamente precarios, porque representan la subutilización de condiciones degradantes que pretenden disciplinar el conflicto social al que obliga la demanda de mejor calidad de vida, de participación equilibrada en lo producido. Hay muchas madres solas, que vieron derrumbarse sus familias y tuvieron que hacer de tripas corazón para sostener lo que queda, apenas la cumbrera del rancho que tapa con agujeros. Hay muchos hijos de este país, que no tuvieron la bendición de ver a sus padres salir a la mañana temprano a trabajar, simplemente a trabajar, como para acomodar pensamiento y espíritu en la cultura del trabajo. Hay muchos padres que olvidaron la dignidad y el valor subjetivo del trabajo, y debieron bajar los ojos ante la carita de sus hijos desnutridos.
Las estadísticas por su reiteración terminan siendo tan frías, tan bochornosamente hieráticas, que además de ocultar lo humano, pueden provocar acostumbramiento, a veces en los gobernantes y a veces en los gobernados, lo que termina siendo peor, porque le castra la protesta a la sociedad. Podrá mirarse la mitad del vaso lleno cuando los números indican que el desempleo no creció más allá de lo que había en el trimestre anterior, pero terminará siendo un consuelo de tontos, toda vez que las cifras descubren el drama de la crisis social recurrente.
Recientemente en la Asamblea General de la Organización Internacional del Trabajo, el chileno Juan Somavía, su director, aseguraba que “los actuales desequilibrios no son políticamente aceptables, ni justificables desde el punto de vista moral”. Y como para no dejar todo lo absurdo de la globalización en territorio de economías en desarrollo o subdesarrolladas, señalaba que “también en Europa la globalización ha creado nuevas inseguridades y no hay más que ver el resultado de las elecciones; el miedo de los trabajadores se dirige hacia el extranjero, el migrantes, mientras que la fuente del problema está en otra parte y nada de eso es sano porque afecta a la democracia”.
Urge articular la acción política que contrapese socialmente esta globalización de la economía mundial, que extiende sus brazos hacia la política y hacia la cultura, para promover un nuevo ordenamiento orientado al bien común. Y esto tiene que ver con la globalización de la protesta para escaparle a la resignación, pero mucho más apela a las políticas del Estado nacional y a la promoción de una fuerte alianza concertadora con el pueblo. Porque de lo contrario, a poco que se avance, los sostenedores del minimalismo del Estado volverán sobre sus pasos y ocuparán los espacios que queden vacíos.
En el mismo escenario de la OIT, el representante del Vaticano, Silvano María Tomasi, sostenía la necesidad de “hacer frente a los desequilibrios económicos y sociales del mundo, restableciendo la correcta jerarquía de valores, dando prioridad a la dignidad de los trabajadores y trabajadoras, a su libertad, responsabilidad y participación”.
Por eso, simplificar la realidad enfatizando en el incordio del conflicto social en la calle –más allá de los injustificados exabruptos y provocaciones- que por su dimensión para nada representa la injusticia social, es una perversa y torcida interpretación de la deuda que la sociedad toda tiene para con millones de hombres, mujeres y niños, aún en la miseria y la exclusión. Cada minuto de injusticia social tiene el signo de lo irreversible porque compromete literalmente vidas humanas. Cada postergación de medidas de fondo interpelan las fibras más íntimas de la sociedad y como señalaba el escritor latinoamericano Carlos Fuentes, “algo se ha agotado en América latina: los pretextos para justificar la pobreza”.
Buenos Aires – 20 de junio de 2004.
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