Alfredo Carazo - Periodista

Notas de opinión sobre actualidad política y social, sobre la Argentina, América latina y la realidad mundial





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Sunday, August 03, 2003

 
LA DEMOCRACIA SE CONFIESA

Por ALFREDO JORGE CARAZO

Las promesas de campaña electoral cada vez convencen menos y hasta desilusionan porque la gente sabe de antemano que serán incumplidas. A los reclamos y a la natural frustración siempre sobrevinieron las excusas, la mayoría de las veces con la mirada puesta en la gestión anterior. Una “herencia recibida” que no puede desestimarse porque la continuidad institucional conlleva situaciones de peligro, pero que no deberían ser sobredimensionadas a riesgo de poner en duda la capacidad de la dirigencia política para avanzar en un proceso que se extienda más allá de la democracia limitada.
La Argentina viene soportando esta verdadera distorsión de la responsabilidad política por lo menos desde la recuperación de la democracia formal, con el ascenso de Raúl Alfonsín. Un presidente que ni siquiera tuvo vocación y decisión política para restañar las heridas que produjo la dictadura militar que dejaba atrás, creyendo que todo se terminaba a la vuelta de la esquina con el juzgamiento de las Juntas Militares. Y aún sigue confuso, alegando que cuando impulsó las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, lo hizo “en función de la defensa, en el mediano y largo plazo, de las libertades y de los derechos humanos de los argentinos”. Una pobre visión de futuro que se cristalizó luego en el Pacto de Olivos que transito junto con Carlos Saúl Menem
Antes y ahora la gobernabilidad está en juego a cada paso y se plantea la necesidad de un sinceramiento político. Algo así como la exigencia de confesar la debilidad propia. Es una demanda que fue adquiriendo un energía un tanto anárquica al principio, a medida que se abrían espacios contestatarios a nivel social en el marco de la sociedad civil. Y que no estuvo exenta de riesgos, como la violencia desencadenada en los últimos años por otra experiencia política que detrás de una propuesta de cambio, intento una estética continuista del modelo neoliberal de país.
En Brasil, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, salió a reconocer que no está en condiciones de cumplir con la reforma agraria que le prometió al Movimiento de los Sin Tierra, mientras que en Perú, en medio de una crisis sin precedentes, el presidente Alejandro Toledo, asumió públicamente que “hay promesas que aunque queramos no podremos cumplir”. No son los mejores escenarios y muestran hasta qué punto es difícil abandonar una cultura partidocrática, la mayoría de las veces de composición elitesca, que no responde acabadamente a las demandas de los sectores populares. La realidad de América latina está siendo recorrida por “marchas contra el hambre” que interpelan a la democracia misma, porque se constituyen en la cara del modelo más salvaje de exclusión social.
Una sana práctica democrática debiera tener en cuenta estas experiencias, para evitar el desafortunado y frecuente “vamos a hacer...”, que nada tiene de responsabilidad política republicana. Los negocios del Estado tienen que ver con la calidad de vida y el desarrollo del pueblo y como tal debiera ser visualizado desde mucho tiempo antes de acceder a la función de gobierno. Pero no sólo por candidatos presidenciales, sino por todos quienes pretenden acceder a la función pública. Como para dejar atrás las ambigüedades e incertidumbres que tanto mal hacen.
Los países no adquieren como por arte de birlibirloque nuevas oportunidades. Se las dan a sí mismos los pueblos cuando renuevan su cuota de esperanza en la construcción de un mundo mejor. Tras la estrepitosa caída del Gobierno que encabezó Fernando de la Rúa, hubo espacio para recuperar la calma y volver a empezar en una nueva transición. Y quienes hoy desde la derecha aparecen apurados por develar el modelo económico, empujados por la necesidad de reacomodar el curso inmediato de sus negocios y negociados, no distan demasiado de quienes desde una izquierda diletante contradicen los pasos medidos que se intenta dar hacia un nuevo desarrollo. En el fondo se trata de dos expresiones reaccionarias, sólo adjetivadas a uno u otro extremo, que podrán ser superadas en la medida que este proceso no caiga en una nueva imagen paternalista del poder y en cambio incorpore el dinamismo propio y creativo de los actores políticos y sociales.
Excepción hecha de los elementos fundantes de nuestra identidad nacional, el pasado nunca debiera superar el presente, más bien debe ser a la inversa. De esa forma se evitará que los principios y valores que le dan sustento a la sociedad organizada en una democracia participativa, puedan ser confiscados por quienes permanecen agazapados para servirse de ella a la vieja usanza. Las viejas prácticas deben dar paso a nuevas experiencias que tengan en la mira el bien común. Es necesario para no quedar prisioneros en lo perverso del pasado ni caer en el travestismo político.

Buenos Aires – Chaco – 2 de agosto de 2003.

acarazo@fibertel.com.ar




posted by Alfredo Jorge at 5:44 AM

 

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