Alfredo Carazo - Periodista

Notas de opinión sobre actualidad política y social, sobre la Argentina, América latina y la realidad mundial





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Saturday, April 12, 2003

 
LA RESPONSABILIDAD DEL CAMBIO

Por ALFREDO JORGE CARAZO

Las encuestas están mostrando el alto nivel de electores que no se arriesgan a nada políticamente. Algunas consultoras mencionan tímidamente una especie de “voto vergonzante”, direccionado al ex presidente Carlos Saúl Menem, pero lo que más preocupa es que a pocos días de las elecciones del 27 de abril, se mantienen altos los índices de los indecisos. La dirigencia política argentina hizo méritos suficientes para esta constatación y también los medios hincaron un poco más la sensible piel de una ciudadanía altamente vulnerable. Suena bien la esperanza de que esta tendencia se revierta. No se puede pecar de ingenuidad, suponiendo que la salida a la crisis argentina depende del ejercicio electoral. Todo es mucho más profundo. Sin embargo, es un derecho que no debe resignarse.
Tampoco puede obviarse que la campaña electoral enfrenta y conduce inexorablemente a dos momentos de la vida política del país. El pasado –que no hay que buscarlo muy lejos- y el presente se están desafiando de cara al futuro. Es una sensación paralizante, que castra la dinámica política, porque desde un pretendido y lábil bienestar, producto de un inexistente “derrame”, se pretende ocultar graves errores de más de una década que pusieron en jaque al país. Y se lo hace además, contraponiéndolo a un año de transición sin mayores compromisos, más allá de garantizar un mínimo de gobernabilidad, en un clima de delicada paz social. Pero resulta inevitable, porque lo contrario sería mucho más frustrante y desesperanzador.
Metido hasta el tuétano en la campaña, el presidente Eduardo Duhalde, aseguró que “al pasado hay que derrotarlo en primera vuelta, hay que terminarlo rápidamente, porque es un vía crucis, o un mal sueño, o una pesadilla, y pobre patria si para llegar al futuro volvemos al pasado, al peor pasado”. No ahorró calificativos, para definir sin nombrarlo al ex presidente Carlos Saúl Menem, quien intenta reincidir y sobre el que no pocos parangonan su discurso con el del ahora exiliado ex presidente peruano, Alberto Fujimori, quien asegura que volverá a gobernar a ese país, para sacarlo “del profundo caos en el que lo ha metido este Gobierno”.
No debiera llamar la atención que el primer magistrado pretenda acondicionar de alguna manera su retiro de la Casa Rosada, en una transición política atípica. Nunca dijo que se eclipsaría de la política y lo probó diseñando un proceso electoral a su medida, además de asegurar el control del aparato partidario en el mayor distrito del país. Incluso, en los últimos meses de su mandato legislativo, apuntó a pergeñar una imagen sin pasos en falso, aprovechando los fuegos de artificio de la campaña política, para llegar sin mayores sobresaltos al 25 de mayo. Hubiera querido que su sucesor tuviera otro perfil, quizás más definido para el gusto de un peronismo que, como nunca, aparece disperso, quizás desconcertado, pero ahora las cartas están echadas y habrá que empezar a contar votos para derrotar a ese “pasado”, que también aspira a llegar en primera vuelta. Un pasado al que igualmente pretende derrotar Adolfo Rodríguez Sá, pero incluyendo en su propuesta el dejar de lado este presente, al que no califica en buenos términos y sobre el que incluso echa sombras sobre la eventualidad de una mano negra torciendo la voluntad de las urnas, en coincidencia con la candidata del ARI, Elisa Carrió, quien incluso augura un apocalíptico futuro de acefalía. Así comenzó a cargarse de tensión el último tramo de una gestión que se anticipa a una nueva transición institucional en el país.
Pero si hay algo que identifica esta etapa de la democracia formal, es la constatación de que persiste la colisión entre dos modelos de país diametralmente opuestos, los mismos que se mostraron en el escenario mundial y que plantea la guerra tras el objetivo del hegemonismo. Aunque lo parezca, no se trata de una simplificación política o si acaso, una interpretación casuística. Esta dura e impiadosa realidad se compadece en su origen con un modelo neoliberal intrínsecamente perverso, alentado desde el exterior, pero que tuvo fieles e inocultables ejecutores nativos con nombre y apellido.
Y aunque estemos lejos, las imágenes de la caída de Bagdad por parte de las fuerzas invasoras no pueden ocultarse. Hasta dónde llegará esta locura nadie lo puede predecir. Recientemente John Brown, administrador de la DEA, dijo que en Panamá, los guerrilleros y paramilitares colombianos tendrían acceso a armas de destrucción masiva y hay que recordar que esa argumentación fue el inicio de la guerra contra Irak. Nada tranquilizador, aunque el pensador uruguayo, Alberto Methol Ferré, señalaba recientemente que “todo hace pensar que EE.UU. se orienta hacia la mayor crisis interna de toda su historia, que es a su vez, la mayor crisis interna de la sociedad global”, convirtiéndose poco menos que en “el primer Estado asirio del siglo XXI”. Nada hay más peligroso que el concepto de liberación que manejan los imperios y sus reyezuelos.

Nadie espera cambios espectaculares después del 25 de mayo cuando el presidente Eduardo Duhalde retorne a la política de la provincia de Buenos Aires. Por más que los candidatos se esfuercen el mensaje queda a mitad de camino. En cambio, sería lícito reflexionar sobre la posibilidad que tenemos de cambiar, aunque fuera un poco, el curso de la historia a través del ejercicio electoral. Quizás sea mínimo y pueda parecer irrelevante, pero siempre vale la pena intentarlo responsablemente.
La dirigencia política es un instrumento de la democracia, pero muestra su debilidad a la hora de las transformaciones. Un país distinto se construye entre todos y no en un cenáculo. Un país distinto es una responsabilidad de todos que no debiera delegarse. Es el sentido inmediato del voto útil.

Buenos Aires – 13 de abril de 2003.


acarazo@fibertel.com.ar
http://alfredocarazo.blogspot.com



posted by Alfredo Jorge at 2:06 PM

 

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